Estamos juntos en esto.
Con asombrosa lucidez, durante mi baño de la mañana, tuve un hallazgo que casi se me escapa. Primero creí que era el chorro de agua que recorría mi cuerpo desde la coronilla, pero, por su temperatura, noté que era un fluido pensamiento resbalando por el interior de mi piel, cuando ya iba a la altura del ombligo. Gracias a los malabares tengo buenos reflejos, así que logre atraparlo y extraerlo ahí mismo, antes de que se dividiera para bajar por mis piernas y perderse eternamente.
Como todo lo existente, nosotros tenemos nuestro lado bueno y nuestro lado malo. Los pesimistas en muchos casos dicen “el optimismo es cosa para pendejos”, ¿y qué más van a decir si no tienen la capacidad de entender a profundidad otra cosa, y entonces insultan? En cambio, los optimistas dicen “el pesimismo es cosa de gente que está a punto de despertar en la vida y cambiar”, tampoco podrían decir otra cosa. Esto sólo muestra que todos pensamos que el otro es el pendejo.
Pero en el fondo sabemos la cruda realidad: todos somos pendejos. Es el insulto que nunca falla. Pueden insultarme de mil maneras y siempre habrá un margen de error, por la posibilidad de no ser lo que me llaman; si me dicen (y a usted también, sin ofender, querido lector) “pendejo”, no hay forma de errar. En algún momento del día todos lo somos, en mayor o menor grado.
¿Y a qué viene todo esto con mi hallazgo? Síganme con paciencia. Me aventuro a decir que, cuando menos en una ocasión, al ver una mosca queriendo salir por una ventana cerrada, golpeándose sin parar, todos hemos pensado: “pobres, que pendejas son”. Y hemos tenido razón. Esto me hizo pensar que al hacer pendejadas nos portamos como moscas, y ahí estamos haciéndolo una y otra vez hasta que alguien tenga la bondad de abrirnos la ventana, o darnos con el matamoscas.
Las personas más sagaces (aunque no por eso, menos pendejas), desde los inicios de la humanidad, notaron que el negocio más rentable es el de la pendejez humana: el único recurso inagotable. El negocio se fue sofisticando hasta el grado de llegar a lo que hoy es. Si pensamos que una herramienta de alta eficacia para atrapar moscas es la telaraña (web en inglés), no nos sorprenderemos de que, por medio de la “world wide web”, nos tengan atrapados, además, por voluntad propia; siempre yendo a la luz tras el cristal que no miramos: toc, toc, toc…
Ya vimos que nuestro lado negativo nos convierte en moscas y el positivo también, pero no por eso vamos a aceptarlo. Las moscas se alimentan, casi en su totalidad, de excremento y no se dan cuenta de ello, ¿pero nosotros? Las moscas son molestas por escandalosas, ¿pero nosotros? Esperen, las moscas son seres parasitarios, ¿pero el humano? Las moscas son molestas por insistentes cuando nos están encima, en cambio ¿el homo sapiens?... ¡Me doy!
La obligación de considerarnos: (1) la creación superior en la naturaleza; (2) hijos consentidos de uno o varios dioses (algunos parecieran egocéntricos y poco imaginativos al hacernos a su imagen y semejanza, además de miopes por no haber corregido sus errores); (3) seres espirituales que, previamente a esta vida, decidimos lo que pasaría y nuestras relaciones en contrato con otras almas; (4) que decretamos nuestro día si al empezarlo pedimos en voz alta, decimos tres veces gracias y “hecho está”, y entonces no hay ningún contrato porque el Universo es el que conspira a nuestro favor; esa obligación de darnos importancia se mira irrelevante si admitimos que todas son creencias ante el único hecho concreto: el internet, ha venido a demostrar que no podemos sacudirnos la pendejez, ni agitando fuertemente nuestras alas de mosca.
Agradeciendo la gran paciencia que han demostrado a lo largo de este escrito, a todos ustedes que llegaron al final, les comparto mi hallazgo: De nada sirve bañarnos, sólo desperdiciamos agua, jabón, tiempo, y pensamientos, pues no por ducharnos vamos a dejar de ser sucios como moscas, ni se nos va a escurrir lo pendejo. Sólo sirve bañarnos si lo hacemos con fines hedonistas.
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