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  • Foto del escritorFernando Helguera

UN ASUNTO DE REDES

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Han de saber que no tuve redes sociales hasta hace un año, en abril de 2020, cuando abrí LAS OBVIEDADES IGNORADAS al mundo, mismas que habían nacido en la primera semana de enero. Me siento obligado a participar de ellas sabiendo que me he convertido en una mercancía, que les regalo más de mi tiempo del que me gusta aceptar, y sabiendo también que desde ese momento me expuse a todo aquello que antes me valía un cacahuate, pero sin culpa.


Es fácil llegar a la idea de que las redes son el paraíso de los tímidos y timoratos, pues 9 de cada 10 personas que agreden en estos espacios, frente a frente, en la vida real, son agachones o cuando menos pasan desapercibidos. ¿Es conveniente dar espacios de extroversión a quienes por naturaleza son introvertidos o apocados? No lo sé, pero es claro que resulta antinatural. Si no es natural para ellos expresarse, pues que mejor se queden callados; si es natural, pero son cobardes, no dejarán de serlo detrás de la máscara digital. Que hagan su red antisocial, en dado caso.


Resulta que opinar sobre una publicación, por más que sea educadamente, puede significar convertirse en blanco de insultos y agresiones que ni en las novelas más truculentas de traición y bajas pasiones, podrían aparecer. Si no, pregúntenle a una amiga (¿o ex amiga?), que por cuestionar una de sus publicaciones sobre la existencia y significado de la palabra “misandra” (según la RAE se dice “misándrica”) casi me linchan por machista patriarcal, cobarde violentador, intolerante retrógrada, y otros adjetivos que prefiero no recordar, en defensa del feminismo (¿?), por gente que, me parece, ni siquiera entendió mi cuestionamiento gramatical y semántico.


Pero no todo es negatividad, de todo se aprende, poco se conocía de las posibilidades del uso y abuso de los derechos de autor, hasta la existencia de las redes sociales. Sólo los versados en estos temas podían entender sus ventajas y consecuencias. En un grupo que me encanta, llamado PALABRARISTAS, puse un palíndromo que conozco desde secundaria “Si es nueve se ve un seis”. Para mi mala fortuna había sido publicado por alguien un par de días antes que yo, dudo que por el autor original, y entonces recibí algunos comentarios que me dejaron saber que soy un roba memes, roba dichos, roba palíndromos, y quién sabe cuánta cosa más, por lo que ya estoy consiguiendo un abogado que me proteja de todo aquello que me quieran hacer, por todos esos robos que estoy por seguir ejecutando, en aras de compartir lo que me parece gracioso.


Ahora, ¿qué tal si hablamos de la veracidad de la información? Haciendo un experimento, en un grupo de cultura mesoamericana, publiqué un texto de estilo académico, donde fundamentaba que las culturas antiguas sacaban el corazón de sus sacrificados, porque descubrieron que esto reducía radicalmente la cantidad de azúcares en ese cuerpo que luego sería ingerido por los sacerdotes (quienes tenían aprensión por la diabetes), a diferencia de un cuerpo sacrificado por medio de ahogamiento, o de un palazo franco en la cabeza. ¡Todos lo creyeron verdad! Con decirles que se armó una propuesta para que, en change.org, se pidiera que en todo rastro y productora avícola, se sacrifique a los animalitos sacándoles el corazón. Luego publiqué que era broma, que estaba haciendo un experimento, y por fortuna me expulsaron antes de que pudiera ver los insultos que quizás se hubieran acercado a los que recibí por presunto “feminisándrico”.


La irrelevancia de la obligación que siento por participar en las redes, y validar así mi existencia en este mundo, se ha vuelto mayúscula: mientras más yo publico, menos existo y más existen las Obviedades Ignoradas. Lo anterior me da esperanzas; creo que, de seguir este camino, en poco tiempo podré volver a decir que nunca he tenido redes, y así otra vez sentirme parte de esa gente sofisticada que heroicamente ha dejado a la humanidad a su suerte, y aun así vive feliz. Por favor sean sinceros, o miéntanme de ser necesario ¿verdad que nadie ahí afuera, me puede ver?

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