No traiciones nuestras tradiciones
Cuando viajamos por el país podemos ver la gran cantidad de tradiciones con las que contamos, desde comer todo tipo de insectos, hasta bailar la música que más bien se hizo para ser bebida (no falta quien baila mariachi). Si bien nos sentimos obligados a cuidar de nuestras tradiciones, e incluso a prolongarlas, es irrelevante ya que estas se cuidan por sí solas.
Existen algunas de las que nadie quiere hablar, por ejemplo, hace un par de días, en Zipolite, entré al hotel El Alquimista para ver precios. Atravesé la zona de camastros y luego el restaurante. En la recepción, amablemente, me recibió una chica con cara de recepcionista que dudó un momento para explicarme categorías y precios, momento que aprovechó una señora joven, con cara de gerente, para interrumpirla despóticamente y decir que iban de 2,500 a 7,500 por noche, y que no podían mostrarlas porque estaban ocupadas. La condición para conocer las instalaciones: “pero no te vayas a meter a la alberca, que es de huéspedes”. No pude distinguir si era rubia o traía pintado el cabello, pero seguro no le hubiera gustado ser prieta como uno. Hoy en México es tradición en hoteles de medio pelo, como este, tratar mal al mercado nacional pretendiendo que sólo un mexicano podría pensar en meterse a una alberca donde no está hospedado; nunca a un extranjero. A esta tradición se le llama “malinchismo” u “hospitalidad mexicana”. Si van a Zipolite, no dejen de gozar del tradicional despotismo que ofrece este hotel, y de las vistas de su alberca.
Otras tradiciones nos empoderan: En la enramada de al lado, en la bahía de San Agustín, recibieron a dos autobuses llenos de gente que llegaron a pasar el día, ambientándonos la playa con música selecta. Familias con integrantes de todas las edades hicieron una gran fiesta de playeras mojadas, los niños jugaban con sus padres a “entierra a la ballena” y se gritaban entre ellos para demostrar regocijo. Ya saben cómo es uno de amargado, así que me fui a una enramada lejana para evitar ser testigo de tanta felicidad. Al regresar ya se iban; los detenía el que un compadre no estaba de acuerdo con dejar propina. El grupo tenía intención de linchar al mesero. Llegaron con hieleras y provisiones, por lo que su consumo habría sido muy bajo, aun así, si hubo que pedirle al mesero dos veces el vaso de agua, fue suficiente razón para evitar un abuso de su parte pretendiendo propina por haberles provisto de platos, servilletas, vasos y cubiertos. A esta tradición de linchamiento comunitario se le conoce como “solidaridad del mexicano en momentos difíciles” o “echar montón”.
Una tradición quizás más bella que la anterior, es la de hacer sentir al visitante como en casa (aunque siempre sería conveniente preguntar ¿como en casa de quién?). Me contaba Michael que cuando compró su terreno de playa, el vendedor y constructor que le había ofrecido hacerle su casa vendió por segunda vez el lote, y ya lo estaba construyendo cuando él llegó, medio año después. Me imagino que cuando hicieron la operación original le habrá dicho: “Amigo, su casa, mi casa”. Afortunadamente Mike pudo agarrarlo desprevenido y demolió lo que había de la construcción, respaldado por abogados y autoridades que el otro señor no se imaginó que fueran sus amigos.
No quiero alargarme, pero tampoco despedirme sin hablar de una incomparable tradición: Me detuve a comer en una “trattoria”, en La Crucecita, que tenía una barra para tomar tragos en el límite con la banqueta. Un señor decidió comer en esa mesa larga y alta, donde le sirvieron un espléndido plato de tagliatelle alla boscaiola. Comenzó a comerlo, pero se dio cuenta de no haberse lavado las manos. Cuando regresó un indigente que estaba por el lado de la acera se daba un festín con su comida. Confundido el hombre, decidió salirse del restaurante sin decir más. No hay como nuestro tradicional “donde come uno comen dos”, o “le echamos más agua a los frijoles”.
Ahora sí los dejo, voy a cumplir mis obligaciones de vacacionista que ya me toca volver a mi tierra en breve. Disfrutaré de las tradicionalmente famosas, playas del Pacífico mexicano.
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