Lo inmoral es aquello que habla de tus vergüenzas.
Hoy no estoy dispuesto a salir pues, haciendo un repaso de mi semana, veo que he estado muy expuesto al juicio de los demás. Si bien no les hago mucho caso, hoy no tengo ganas de ser molestado ni de pasar vergüenzas por ser como soy. Quizás a ustedes les pasará lo mismo a veces; desde chicos nos han hecho creer que somos una colección de vergüenzas por esconder.
Recuerdo una vez que, alrededor de mis seis años, iba caminando tan emocionado con un vecino de la cuadra (un poco más grande que yo), que lo tomé de la mano… se imaginarán. Casi me golpea. De maricón no me bajaban él y, posteriormente, todos a quienes les contó. Si bien tenía para ese momento una noción de vergüenza que me había inculcado mi familia, ahí se materializaron por primera vez, las crudas consecuencias de ser un “sin-vergüenza”. Tú, humano, te avergonzarás de tu felicidad. ¿Será?
Pero tampoco lo tomen por el lado trágico, pues no es mi intención transmitir lástimas o ideas contrarias a los cánones de comportamiento social. Si bien no me queda claro el punto, no es que mi intención contradecir a la sociedad mexicana… ¿o sí? Ahora que lo pienso, más de una persona me ha querido hacer sentir culpable por situaciones como aquella que relato en el párrafo anterior. A veces lo lograron, pero casi nunca.
Por ejemplo, un día mi amigo Morón me pidió ayuda con una sesión de fotos en las pirámides de Uxmal. Se trataba de correr encuerado en la selva, así que accedí. Nunca me molestó encuerarme. Corría cual libre liebre cuando, de golpe y sin quererlo, salí a un camino plagado de turistas (lo digo literalmente). Las familias me miraban de fijo; todo era morbo y sorpresa, y en especial miraban adonde ustedes, lectores, ya saben. Acto seguido pregunté si sabían dónde había un baño. En su estupor obviaron cualquier respuesta y con cierto aire de ofensa por ser ignorado, dije “bueno, pues me voy” y me regresé a mi maleza suponiendo que ahora me veían donde ya se imaginan. Alcancé a escuchar “¡Cochino sin-vergüenza!”. Tú, humano, te avergonzarás de tu cuerpo. ¿Será?
Otra ocasión iba a la tienda de la esquina y vi pasar a una mujer bellísima. La detuve para recitarle un poema corto y deslumbrante; se mostró gratamente sorprendida. La invité a salir y le dije cuánto me atraía sexualmente (prometo que con toda corrección y vestido por completo), y por decir educadamente lo que sentía, otra vez recibí un “¡sin-vergüenza!” pero ahora acompañado de una tremenda bofetada. Tú, humano, te avergonzarás de tu deseo sexual. ¿Será?
Una navidad fuimos a pasarla en casa de los tíos millonarios. Estaba muy ilusionado de recibir regalos fuera de lo común. Esperé ansioso el momento. A mis primos les dieron pistas de carreras, videojuegos, disfraces, un perrito, ¡coches eléctricos donde podían subirse y pasear por los jardines! Cuando llegó mi turno y el de mi hermana, nos entregaron dos paquetes del mismo tamaño, mismos que desenvolvimos para ver que cada quien tenía en su poder… una vela. La de ella una oveja, la mía, un búho. Mi comentario fue “¿Qué es esto?”, a lo cual mi tío respondió “¡Desagradecido! Debería darte vergüenza”. Tú, humano, te avergonzarás de tu decepción. ¿Será?
En las fiestas infantiles de mis hijas, donde en vez de estar con los grandes que hablaban de dinero, viajes, compras, etc., iba con los niños al brincolín y los juegos, a la alberca, a pegarle la cola al burro, al karaoke… más de una vez escuché desde las mesas cosas como “ya está grandecito, debería tener un poco de vergüenza”. Tú, humano, te avergonzarás de tu inocencia. ¿Será?
Vaya, después de platicar todo lo anterior ya me acordé de lo divertido que me la he pasado. Los dejo por el momento, que me voy a encuerar y a dar un paseo, a ver a mis amigos y amigas (alguna de las que me gusta estaría bien), deteniéndome en los juegos del parque, y si llega algún policía represor, no tendré reparo en mostrarle mi decepción por llevarme preso.
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