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  • Foto del escritorFernando Helguera

NUESTRO SEMÁFORO

Actualizado: 22 nov 2020

Tienes luz verde para continuar leyendo


Las últimas semanas han sido complicadas para mí ya que, acostumbrado a ser medianamente libre, se me han impuesto más semáforos de los que un ser humano saludable puede soportar. Recuerdo a mi madre diciéndome de pequeñito, cuando hablábamos de la intuición, algo así como “En cualquier situación, cuando veas una luz roja Fernandito, detente porque te vas a dar en la maceta si no”. Una de mis voces internas me impulsa a agradecerle de por vida el mensaje, mientras la otra me dice que, a mi edad, no puedo seguir haciendo caso de luces inexistentes.


Existe una ciudad en México que destaca por el civismo de sus habitantes: San Miguel de Allende. Hace algunos meses estaba con mi hija, que vive en Cuernavaca (donde se vive la ley del voy-derecho-no-me-quito), y llegamos a una de las glorietas que formaban el sistema vial de San Miguel; mientras dábamos la vuelta, los autos que venían en las calles se frenaban ordenadamente para cedernos el paso, según lo marca todo reglamento de tránsito del mundo: PREFERENCIA A QUIEN VIENE EN LA GLORIETA. El comentario de ella fue “Ay papá, mira qué lindos se ven todos tan formaditos”, y ciertamente era un deleite ver cómo la gente (no los turistas) actuaban.


Al gobierno en turno se le ocurrió la maravillosa idea, este año, de sustituir glorietas por semáforos; nos trajeron el progreso. Si antes tocaba esperar un minuto al turno de paso a la glorieta, ahora pueden ser hasta diez de reloj en mano. Colas largas se forman en las calles que llegan a los semáforos, y así todos tenemos tiempo de disfrutar de nuestros teléfonos celulares. Ayer, por ejemplo, pude hacer el súper completito por internet. Eso es a lo que yo llamo progreso y ahorro de tiempo, son genios. Gracias a nuestro gobierno, ahora podemos pasarnos muchos altos.


Hay un caso digno de mención: el de la China comunista en 1966. Tomando en cuenta que el rojo es el color del progreso según ciertas ideologías, decidieron cambiar la cromática de los semáforos. ¿Cómo el rojo indicaría que hay que dejar de avanzar? Imagine, usted que lee, el caos que se armó (“desarmadre”, podría decirse). Literalmente, aquí y en China, se ve que el retroceso es consecuencia del progreso. Cualquier paradoja que impida viajar en el tiempo, se queda corta.


De la misma manera en que el comportamiento civilizado cede paso a la restricción, y a la invitación a brincarse la regla, a nivel individual los diferentes semáforos que nos gobiernan han acabado con el sentido común, priorizando las reglas. Nuestras emociones, hoy, responden a reglamentos no siempre tan claros. Hay un semáforo para decirnos hasta dónde avanzar en nuestros intentos de conquistar a alguien, así como hay otro para indicarnos si es momento de pedir un aumento de sueldo. Hay uno que, a pesar de encontrarnos en una era de personas trascendidas espiritualmente, sigue sin funcionar: el que está en nuestro interior para modular la cantidad de alcohol que ingerimos. Quizás acá en San Miguel lo puedan arreglar


Si alguno se llevará el título de “Míster semáforo 2020”, por supuesto será el semáforo sanitario. No tiene la programación fija de un semáforo de tránsito, y es mucho más imponente aun cuando es una cuestión de fe. Nadie lo ha visto más que en representaciones gráficas (como a Dios), y en los anuncios y noticieros nos platican su mandamiento cromático del día. Nosotros creemos ciegamente. Pasarse un semáforo que nadie conoce en persona, resulta mucho más perturbador.


Lo anterior no resta importancia a otros semáforos: el de actividad volcánica, el de sismicidad, el de contaminación del aire, el del oleaje… sin embargo, a mí el que más me importa es el que nos indica cuándo hablar y cuándo callar, con su módulo de cuántas idioteces decir al día. No me gusta la represión de la palabra, como tampoco su mal uso.


Obviamente ya es tiempo para dar luz verde a esta publicación, ignorando mi afán de continuar escribiendo irrelevancias. Haré caso a mi madre, veo una luz roja, es momento de parar.

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